25 de noviembre de 2014

El Partido Comunista Argentino y el golpe militar de 1976: las raíces históricas de la convergencia cívico-militar que amenaza con repetirse en otro contexto




Desde comienzos de 1975 y hasta fines de 1982 el Partido Comunista Argentino (PC) fue
impulsor de la consigna de gobierno cívico militar o gobierno de amplia coalición
democrática, como el medio más idóneo para desbaratar las pretensiones de poder
promovidas –en su visión- por los sectores nacionalistas de tendencia “pinochetista” y
“gorila”, en contraste con los objetivos de los sectores “democráticos” o “legalistas” con los
que se esperaba poder acordar algún tipo de salida intermedia al gobierno de Isabel Perón
hasta la finalización de su mandato. Esta propuesta de gobierno de coalición continuó
siendo sostenida durante la dictadura militar. El argumento consistía en aprovechar las
divisiones al interior de las Fuerzas Armadas favoreciendo a aquellos sectores que
expresaran voluntad de normalizar la vida política; en opinión del PC, Videla encarnaba la
cabeza de aquella fracción.

En la práctica, la política de presión hacia los sectores “blandos” como forma de arrancar
acuerdos que tendieran a la “democratización” del país, los llevó a mantener un
comportamiento pendular entre la denuncia y la adaptación y condescendencia con el
régimen. Si la búsqueda por rescatar elementos “positivos” del régimen los involucró en el
conglomerado de fuerzas políticas que legitimaban cotidianamente la marcha del
autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, la represión aplicada sobre sus
militantes los obligó a desplazarse hacia posiciones de denuncia.

El estudio del Partido Comunista bajo la dictadura militar reviste, de este modo, especial
interés, en la medida que permite iluminar un conjunto de contradicciones útiles para
comprender tanto las prácticas políticas de colaboración civil con el régimen militar (con
sus diferentes grados), como las de denuncia, especialmente en relación a las violaciones de
los derechos humanos y a la de sus propios desaparecidos a través del trabajo de la Liga
Argentina por los Derechos del Hombre (LADH) y la Asamblea Permanente por los
Derechos Humanos (APDH). ¿A qué lógica política respondía tal caracterización?

En el camino de encontrar explicaciones para la política de contemporización planteada por
el PC, algunos autores ensayaron interesantes hipótesis al respecto vinculándola a los
intereses económicos de Moscú, importante socio comercial de la Argentina en el sensible
contexto del bloqueo estadounidense al comercio cerealero del mundo occidental con la
URSS a raíz de su intervención en Afganistán. Estos estudios sin embargo, interesados
fundamentalmente en poner de relieve el peso que el PCUS tenía sobre el PC local, no
logran explicar acabadamente las circunstancias que llevaron, a este último, a levantar la
consigna de alianza cívico militar, en la medida que soslayan los elementos internos que
pudieron haber influido en la definición asumida; como dice el historiador Daniel
Campione, “en la línea de interpretar al PC solo como una suerte de guetto de partidarios de
la URSS, se le niega toda autonomía de decisión a la dirección local frente a la conducción
soviética, lo que termina a la larga siendo exculpatorio de la misma.

En una dirección similar, el periodista y ex militante del PC Isidoro Gilbert, señala,
refiriéndose a la actividad de la Federación Juvenil Comunista (la organización juvenil del Partido Comunista) en esos
años, que: “podría pensarse que Moscú hizo lo suyo para que la central internacional
juvenil callara. Pero el factor fundamental de ese silencio ha sido la FJC o el PCA. Lo
mismo ocurrió con la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), no hubo condenas a la
dictadura.

Con todo, si estos acuerdos comerciales podrían ayudar a entender la persistencia en el
tiempo de la propuesta de gobierno cívico militar bajo la dictadura, en cambio, no permiten
explicar la emergencia de dicha consigna a comienzos de 1975; hacia 1976 el comercio
entre ambos países desciende considerablemente y no será sino hasta 1978 cuando los
acuerdos bilaterales cobren un nuevo auge.

De este modo es necesario desarrollar dos elementos: por un lado interesa reponer los antecedentes históricos y políticos de la política de “gobierno cívico militar” cuya base se encontraba en la concepción del Frente Democrático Nacional. Sin la presencia de este enfoque doctrinario resulta imposible comprender la predisposición a la creación de expectativas sobre las tendencias en disputa en las Fuerzas Armadas y a convertir en línea política, los datos proporcionados por la inteligencia del partido.

 Por otro, examinar las lecturas realizadas en la coyuntura previa al golpe militar de 1976 con el propósito de contribuir al esclarecimiento sobre el origen de la decisión de apoyar a la
fracción Videlista; como bien señala Gilbert, “una de las incógnitas aún no develadas se
refiere, precisamente, a las causas que llevaron al Partido Comunista a confundirse con un
de los golpes de Estado más reaccionarios que se hayan vivido en la Argentina.

 Esta posición motivó que se especulara con que el PCA siguió a pié juntillas órdenes del PCUS,
debido al interés soviético en mantener el flujo comercial con la Argentina.
Si analizamos la  estrategia política del Frente Democrático Nacional teniendo en cuenta las tareas que planteaba en el terreno militar:
1) La convergencia cívico militar era un elemento constitutivo del programa del PC

2) A medida que las Fuerzas Armadas se iban aglutinando detrás de la Doctrina de
Seguridad Nacional y el anticomunismo, el PC profundizaba su trabajo político
entre los militares, ya sea en función de las lecturas en clave de enfrentamiento
entre “democracia avanzada” versus “fascismo”, como en clave del combate entre el
bloque soviético y el bloque capitalista de hegemonía norteamericana, intentando
contrarrestar la influencia política de la segunda

3) En la coyuntura abierta en 1975, el PC interpretó que la negativa a cogobernar por
parte de los militares del “profesionalismo prescindente” (entre ellos Videla) era un
signo de “antigolpismo”.

Además de algunos documentos oficiales, especialmente las opiniones vertidas en el
periódico partidario Nuestra Palabra, fueron examinados folletos inéditos  producidos por la Unión de Oficiales Democráticos Argentinos Lautaro (en adelante Lautaro), una corriente comunista al interior de las Fuerzas Armadas, produciendo la práctica del llamado entrismo al peronismo, tal como ocurre hoy con Sabatella, Diana Conti, Carlos Heller, Daniel Filmus, etc, etc. Es importante recordar que este fenómeno parece calcado al que ya existía en Venezuela en el 2005, en función de haber sido constatado durante la permanencia  de 45 días en dicho país contratado por el PNUD. Casi puede decirse que uno de cada tres integrantes del Ministerio Público pertenecían al PC.

En la medida que el PCA se consideraba un partido conspirativo es que históricamente
había dado importancia al “problema militar”, tanto en referencia a la autodefensa
(seguridad, inteligencia interna y en otras organizaciones) como en relación al desarrollo de
su política en las Fuerzas Armadas.

Por otro lado y como actividades regulares y extendidas al conjunto del partido, se abordaba a los conscriptos: se aprovechaba a los militantes que debían realizar el servicio militar obligatorio para que desde su posición privilegiada introdujeran materiales, detectaran simpatizantes y cooptaran afiliados. Además desde los Frentes de Masas de cada regional partidaria, se designaban militantes para realizar recorridas a los cuarteles y para concertar reuniones con altos mandos cuyos objetivos eran de carácter estratégico.

Pero tal es la importancia que se daba a este sector, que existía una corriente de militares de
carrera cuya principal tarea consistía en agrupar a los sectores democráticos en las Fuerzas
Armadas y ganarlos al programa de Frente Democrático Nacional. La fundación de
Lautaro, en 1962, respondía a este propósito. ¿Cuál era el peso de esta corriente? Todo
indica que se trataba de un sector minoritario. Sin embargo, la comprobación de su
existencia y el examen de sus lecturas acerca de la evolución política durante los años
setenta, resulta clave para comprender porqué frente a la coyuntura planteada en 1975, el
PC creyó viable el planteo de gobierno cívico militar. Junto a este análisis, queda pendiente
el examen de otros factores tanto estructurales como coyunturales que pudieron haber
influido en el sensible contexto que antecedió al golpe y aun después.

Las alianzas con sectores militares y la predisposición a transformar las tensiones internas
en las FFAA en línea de acción, no pueden separarse de la estrategia política del PC de
Frente Democrático Nacional, “antioligárquico, antiimperialista y pro paz, de todas las
fuerzas progresistas y patrióticas”. Esta definición, asumida desde 1935 con la
incorporación de los postulados de Dimitrov en cuanto al Frente Popular Antifascista y la
concepción "etapista" de la revolución social, es decir, la idea según la cual en los países
oprimidos era posible separar la etapa de la revolución democrática de la revolución
socialista, es la base para comprender los sucesivos posicionamientos políticos del PC
desde entonces y su obsesiva lectura de la realidad en términos de disputa entre sectores
“democráticos” y “fascistas” de lo cual, a su vez, deriva su posición frente al Estado
capitalista.

Desde 1935, entonces, el PC sostenía que en los países atrasados o “semifeudales”, la tarea
de los comunistas consistía en impulsar la etapa de la revolución democrática: desarrollar el
capitalismo, introducir la reforma agraria, fortalecer la burguesía nacional y, por lo tanto, el
crecimiento del proletariado. En este punto de vista (íntimamente ligado con el proceso de
consolidación del stalinismo en Rusia y el retroceso de los movimientos revolucionarios a
nivel mundial), se negaba la posibilidad de realización del socialismo en aquellos lugares
del mundo donde las fuerzas productivas no estuviesen suficientemente desarrolladas por la
burguesía. De este modo, el Partido Comunista en los países atrasados se convertía en el
defensor más denodado del desarrollo capitalista. Es el caso del fracaso del Che Guevara en Bolivia

No se trataba, en la presente etapa de su desarrollo, de combatir al capitalismo en general, sino al imperialismo y la oligarquía terrateniente y financiera (…) Que por tal motivo no estábamos frente a la perspectiva inmediata de una revolución socialista, sino ante las tareas de una revolución democrática, agraria (es decir, antilatifundista) y antiimperialista. Que de ello se desprendía la necesidad de la más amplia política de alianzas de la clase obrera y el campesinado, como eje de la
masiva unidad popular, capaz de vencer la resistencia de los cenáculos reaccionarios y el complot foráneo y de instaurar una verdadera democracia, que despejara el camino a las transformaciones socialistas.

La concepción de revolución democrática convertida en objetivo estratégico será
complementada con la política de frente popular ó alianza con sectores de la burguesía
“progresista” que, por esta vía, es transformada en el sujeto directivo de la revolución junto
a una clase obrera, escasamente desarrollada y a la espera de su turno en la historia.
El partido se plantea la lucha por el poder. O este queda en manos de la oligarquía terrateniente, el gran capital intermediario y los monopolios extranjeros… o pasa a manos de la clase obrera, de las masas campesinas, de la intelectualidad, de la pequeña burguesía y los sectores progresistas
de la burguesía nacional y entonces podrán realizarse cambios de fondo en la estructura económica y en la superestructura política del país en un sentido democrático y progresista. Fijémosno que no es casualidad que una gran cantidad de los jóvenes que integran son egresados del Nacional Buenos Aires y en su mayoría provenientes de familias de buena posición económica, esto es a los que yo les llamo burgueses vergonzantes.

Por eso, el actual programa del partido es la revolución democrática agraria y antimperialista, con vistas al socialismo. Cuando la clase obrera y el pueblo argentino haya alcanzado la victoria en la realización de estos objetivos, pasarán a la etapa de la Revolución socialista y entonces el actual programa será sustituido por otro, por ende con el cambio cultural que esto implica

Derivación de esta concepción acerca de la revolución, es la idea de que las Fuerzas
Armadas podían desempeñar un rol progresista si eran incorporadas a la alianza o coalición
de fuerzas democráticas, sustituyendo incluso a la burguesía nacional cuando esta se
mostrase incapaz de desarrollar las tareas de la revolución democrática. Con ocasión de la
5° Conferencia Nacional del Partido Comunista, en 1946 Rodolfo Ghioldi, ponía de relieve el
vínculo entre desarrollo de las fuerzas productivas y las fuerzas armadas.

La capacidad de las fuerzas armadas está en función… del grado de desarrollo de las fuerzas de producción y del grado de independencia de tales fuerzas productivas; (…) No es posible una impecable organización de la defensa nacional con la rémora del latifundio ni con la asfixia
industrial; (…) aquella demanda un rápido desenvolvimiento industrial capaz de satisfacer las necesidades de las fuerzas armadas.

Es en razón de esta valoración, que los comunistas insistían en construir una herramienta para
desarrollarse en ellas. La decisión de conformar una corriente militar comunista en las
Fuerzas Armadas, puede rastrearse muy tempranamente; siguiendo el ejemplo de Rusia y la
participación del Ejército en las filas revolucionarias, primaba la idea de intervenir entre los
suboficiales con el objetivo de desarrollar planteos clasistas que, en determinado momento,
sirviesen para volcar a estos sectores a favor del pueblo. Con esta perspectiva, desde 1922
“editaron mensualmente El Lampazo, dirigido a soldados y marinos y años más tarde,
periódicos de región, zona, cuartel, barco, etc.

Sin embargo, desde mediados de la década del treinta, la adopción de la línea de frente
popular comienza a modificar los lineamientos que guiaban el trabajo entre las Fuerzas
Armadas; si la razón de ser de la labor política de los comunistas había sido diseminar
elementos que avivaran la crisis en las fuerzas castrenses, desde entonces, se buscará el
resultado contrario: el fortalecimiento de la institución militar como actor democrático y el
aislamiento de los elementos “fascistas”, ultramontanos presentes en las Fuerzas Armadas.
Desde entonces, y de acuerdo con la lectura dicotómica `Democracia-progreso Vs.
Fascismo–atraso´, el PC tenderá a apoyar a los sectores liberales de las fuerzas armadas,
sospechando en cambio de las fracciones nacionalistas que, según su punto de vista, eran
más sensibles a los planteos fascistas. En consecuencia, la corriente militar del PC dejará de actuar como un factor de disrrupción del orden en el seno de la institución militar, para pasar, de hecho, a funcionar como una corriente organizada en función de la política de Frente Democrático Nacional. Como ocurría con otros aspectos de la realidad, según el PC, el problema radicaba en la falta de
democracia en las fuerzas armadas y su tarea era desarrollarla. Así, aquellas, serán
visualizadas como un terreno de disputa en la cual ellos mismos intervienen como
expresión de una minoría.

Si bien el imaginario que entrelazaba los intereses del pueblo con los sectores militares no
era privativo del comunismo, el peronismo y la llamada “izquierda nacional” habían
reflexionado en una dirección similar, el golpe de 1955, el fracaso de los levantamientos
militares en 1956, la aplicación del CONINTES y la militarización de la represión desde
fines de esa década, resquebrajaron estos esquemas. Es desde entonces que comienzan a
germinar las primeras experiencias guerrilleras, alentadas quizás por la necesidad de
remplazar el papel que el actor militar había dejado vacante luego de su unificación
ideológica detrás de la Alianza Para el Progreso y la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Con todo, aun en 1966, en ocasión del golpe de estado de la llamada “Revolución
Argentina”, sectores de la izquierda se debatían sobre qué actitud tomar frente al nuevo
gobierno militar. Como señala Rouquié, es el caso del Partido Socialista de la Izquierda
Nacional, que dirigían Jorge Abelardo Ramos, y Eneas Spilimbergo a quienes Ernesto Laclau acompañaba desde su juventud, quienes “prejuzgaron favorablemente una revolución militar que, a su entender, podía ser el principio de un nasserismo argentino”. Sin embargo, no dejaban de ser una minoría. La gran mayoría de las organizaciones de izquierda romperán con el imaginario de alianza pueblo- fuerzas armadas, las cuales pasarán al campo del “antipueblo”.

En el caso del PC, se produce un proceso inverso al de la mayoría de la izquierda siendo los
años sesenta el periodo de mayor ímpetu del trabajo en las Fuerzas Armadas. Es decir,
mientras la tendencia en el mundo militar era la adopción de la Doctrina de Seguridad
Nacional, el anticomunismo, y la lucha en pos de los valores del mundo occidental y
cristiano, el PC se aferraba a su programa de defensa de la democracia y, con él, se lanzaba
a la “conquista” de las fuerzas militares. En otras palabras, la orientación fervientemente
antipopular y autoritaria de las Fuerzas Armadas, profundiza en la visión del partido la
necesidad de luchar por reivindicaciones democráticas. En su opinión, si dicha tarea había
sido importante en el pasado, lo era mucho más entonces, cuando Estados Unidos ganaba
terreno entre los militares latinoamericanos. En este sentido -operando como un factor
adicional- es el contexto de la guerra fría el que imprime sus lecturas. El PC argentino se
sentía (y era) uno de los destacamentos más importante con el que podía contar la URSS en
América Latina; en sus preocupaciones estaba sin duda la cuestión de con qué bloque se
aliarían las Fuerzas Armadas en Latinoamérica y Argentina en particular.
Es desde esa lectura de la realidad y la necesaria derivación en la conformación de un
Frente Democrático Nacional que, desde 1962, el trabajo sobre las FFAA se traduce en la
conformación de la Unión de Oficiales Democráticos Argentinos, bautizada “Lautaro”, veáse por ejemplo John William Coock, "La lucha por la liberación nacional. Buenos Aires: Papiro, 1971";
Rodolfo Puiggrós, "A dónde vamos, argentinos, Buenos Aires: Corregidor, 1972" y para un análisis reciente al respecto veáse Guillermina, Georgieff, "Nación y Revolución. Itinerarios de una controversia en Argentina,(1960-1970) Buenos Aires: Prometeo, 2009".

En honor a la Logia Lautaro creada por San Martin en tiempos de la revolución de la
Independencia. En 1968 publican un folleto donde explican que su principal objetivo era la
construcción de “…un orden auténticamente democrático y republicano al que se deben las
armas de la patria para salvaguardar la soberanía y la defensa nacional. No cabe duda que
este es el único camino capaz de facilitar el reencuentro del pueblo con las Fuerzas
Armadas”. En 1962 y 1963, en plena crisis entre “azules” y “colorados”, Lautaro y el PC
dieron su apoyo a los primeros, de procedencia “liberal” o “legalista”, frente al “peligro
nacionalista”, a pesar del explícito anticomunismo de ambas facciones, Del otro lado, se va produciendo el nucleamiento “azul” con centro en Campo de Mayo.

En la sublevación del 18 de septiembre de 1962 el general Juan Carlos Onganía firma la proclama Nº1 (…) en su serie de proclamas hasta llegar a la 150 donde se pide: el “cese de la dictadura”; la
“normalidad constitucional”; el “respeto al poder civil”; “las elecciones
libres e inmediatas”; etc. Estas promesas van alineando las simpatías de la población.

Sin embargo, en el centro de las diferencias entre azules y colorados no estaban en juego
concepciones antagónicas construidas en torno a los ejes democracia o autoritarismo en la
medida que ambas eran profundamente antidemocráticas y miraban con igual desconfianza
el sistema de partidos. Los matices, en cambio, aparecerán sobre cómo posicionarse frente
al peronismo; es en este terreno donde se revela una tendencia más “negociadora” por parte
del sector azul contra la “intransigencia” de los colorados. Señala Rouquié, mientras ….para los colorados, el peronismo es un movimiento de clase sectario y violento que da lugar al comunismo, los azules consideran, por el contrario, cualesquiera que sean su itinerario personal y su pasado, que a
pesar de sus excesos, de sus abusos de poder y de su demagogia insoportable, el peronismo es una fuerza nacional y cristiana que permitió salvar a la clase obrera del comunismo y que constituye por ende un bastión contra la subversión.

No obstante, y a pesar del apoyo dado entonces a los sectores azules, en 1966, producido el
golpe de la Revolución Argentina, Lautaro y el PC se manifestarán en contra, denunciando
a la dictadura como “reaccionaria” y sometida a los intereses de Estados Unidos. Por ello
desde 1965, en vísperas del golpe comenzarán a llamar a luchar por la defensa del carácter nacional de nuestras FF. AA.; contra el espíritu extranjerizante y antipopular impuesto a la reestructuración del Ejército; contra cualquier envío de tropas o todo tipo de aporte miliar para agredir a Cuba, Vietnam, o cualquier otro punto de Latinoamérica o del mundo, como fuerza cipaya de Estados Unidos. Sin embargo, la experiencia del onganiato y la acción común de las Fuerzas Armadas contra las organizaciones populares a partir de su orientación anticomunista, no modifica en lo esencial la política del PC hacia las mismas. Como hemos dicho, la tendencia a la penetración de la Doctrina de Seguridad Nacional y la guerra antisubversiva en los sectores castrenses, hace que el PC redoble sus esfuerzos por contrarrestar dichas tendencias en función de objetivos democráticos. En consecuencia, la política militar del PC fue diferente a la que dominó a las organizaciones armadas de los setenta. Mientras las segundas se proponen (ellas mismas) como el destacamento armado del pueblo para luchar contra el orden social y el conjunto de las instituciones (especialmente la militar) que lo garantizaba, el PC, desplazado del campo de la revolución socialista (su objetivo era la revolución
democrática), aspirará a objetivos reformistas, cuya realización dependía de las alianzas con amplios sectores sociales entre los cuales, además de los partidos políticos y las iglesias, estaban las Fuerzas Armadas, sector que se revelaría clave cuando la hora decisiva llegara y las conquistas de la revolución democrática fuesen puestas en peligro por la reacción del imperialismo y sus socios nacionales. La participación de militares comunistas en la Revolución de los Claveles en Portugal durante 1975, vendría a reforzar, en una coyuntura de extrema sensibilidad para los argentinos, la convicción sobre la necesidad de trabajar con las Fuerzas Armadas. Separados por el horizonte político de lucha, las acciones guerrilleras serán calificadas como “ultraizquierdistas” “aventureras” o, directamente, “terroristas”.

En la visión del PC, Argentina marchaba en 1975 directo al derrumbe político y hacia un
golpe de estado de estirpe pinochetista. Pese a la agudización de los conflictos obreros, no
estimaba que fuera posible una salida revolucionaria a la crisis, o más aun, que la crisis
fuera el reflejo del agravamiento de los enfrentamientos de clase. Como se ha establecido al
comienzo de este trabajo, el PC no creía que en las condiciones de atraso material en que se
encontraba la Argentina fuera posible plantear otras tareas distintas a las de la revolución
democrática.

Bajo este diagnóstico, sostenía que la solución golpista solo podía frenarse mediante un
frente multisectorial formado por partidos políticos, sectores de la iglesia y de las fuerzas
armadas con el objetivo de normalizar la vida política y evitar la caída del gobierno a
manos de los militares “pinochetistas” y “gorilas”, demostrando aquí una tendencia fuertemente Gramsciana.

 Desde entonces, el PC se esforzará por consolidar su trabajo en el marco del Movimiento de Juventudes Políticas, integrado por radicales, peronistas, intransigentes y democristianos, y por extender su influencia entre los actores a los que visualizaba como aliados, a partir de las relaciones establecidas por su frente de masas, es decir, por el sector de cada regional partidaria, abocado a mantener vínculos con dirigentes de otras organizaciones, funcionarios religiosos (católicos, judíos y
evangelistas) y funcionarios de las Fuerzas Armadas. En relación a estas últimas, el PC realizaba un seguimiento regular de su situación desde las páginas del semanario Nuestra Palabra, analizando los pros y contras de los desplazamientos y ascensos. Se transcribían discursos y se alertaba sobre sus
contradicciones. El avance de la derecha peronista y el accionar terrorista de la Triple A - aun antes de la muerte de Perón- comenzaba a configurar un panorama de violencia y de honda crisis política.

Ya en diciembre de 1973, Perón había decidido el reemplazo de Jorge Raúl Carcagno, Comandante en Jefe del Ejército desde la asunción de Héctor Cámpora en mayo de ese año, por el Teniente General Leandro Enrique Anaya. En el mes de octubre, en ocasión de la X Conferencia de Ejércitos Americanos, Carcagno había ofrecido un discurso en el que impugnaba la Doctrina de la Seguridad Nacional impulsada por el Pentágono y denunciaba a las transnacionales y el endeudamiento externo. Su radicalización política desentonaba con la orientación ideológica impulsada por el gobierno.
Sin embargo, los comunistas verían en Anaya a un continuador –aunque más moderado- de
la política de Carcagno. Como Videla, el Teniente General Anaya aparecía públicamente
alineado detrás de los militares “prescindentes”, los que para el PC resultaban confiables.
La negativa a prestar colaboración con el gobierno de Isabel Perón, Lopez Rega y la Triple
A, era leída como una señal de oposición a los proyectos de represión interna.
Por el contrario, el PC desconfiaba de los militares como Numa Laplane –sucesor de Anaya
desde mayo de 1975- que aparecían cercanos al gobierno de Isabel: “Pero como el Tte.
Gral. Numa Laplane no define al enemigo del pueblo y de la nación, al que se limita a
englobar en el término “subversión”, su planteo resulta cuando menos confus.  Es a
partir de esta distinción entre el “profesionalismo prescindente” y el “profesionalismo
integrado” que deciden apoyar a los primeros e incluso llegan a proponerlos como
potenciales aliados contra un golpe de Estado y el avance de los sectores “pinochetistas”.
Videla -incluso Massera que era elogiado - aparece entonces como una opción deseable
frente a Numa Laplane, quien emergía como sostenedor de los proyectos de la derecha
peronista y de la Triple A. Sin embargo, como señalan Novaro y Palermo, el “profesionalismo prescindente”, significaba, contra lo que podría interpretarse literalmente (y contra lo que interpretó el PC), tanto la decisión de no intervenir, como la inconmovible posición de actuar como “guardián último del orden”. “Ello implicaba, por lo menos, poner entre paréntesis la subordinación militar a las autoridades constitucionales, y era plenamente compatible con la doctrina de seguridad nacional”.
La minoritaria corriente representada por Numa Laplane y su decisión de aceptar los
llamados a cogobernar, fueron aisladas por la propia oficialidad, consiguiendo su
desplazamiento en agosto de 1975 y dejando el camino allanado para la asunción del Gral.
Videla. Desde ese momento el golpe estaba decidido, solo debían esperar el momento
indicado. El instante preciso dependía de la certeza de que la interrupción del orden
constitucional no presentaría resistencias decisivas.
La prueba piloto se realizaría en diciembre de 1975, cuando comandados por el brigadier
Jesús Orlando Capellini, con base de operaciones en la VII Brigada Aérea en Morón, se
rebele un grupo de oficiales aeronáuticos bajo la exigencia de que el gobierno dimita y que
el Comandante en Jefe del Ejército, general Videla, se hiciera cargo del ejecutivo. La
respuesta de la población fue pobre, dejando en claro a los militares cuál sería el escenario
llegado el verdadero momento.
En esas jornadas Videla difundió un radiograma en donde expresaba: “El suscripto no
comparte la solución propuesta. No obstante, se reclamará a las instituciones responsables y
en nombre de los supremos intereses de la República, que actúen rápidamente en función
de las soluciones profundas y patrióticas que la situación exige".
Este rechazo de Videla a la sublevación de Capellini fue entonces interpretada por el PC
invariablemente como la comprobación de que con el sector encabezado por aquel, era
posible establecer algún tipo de negociación, dada su vocación prescindente. Hasta el 24 de
marzo de 1976, el PC insistirá en la necesidad de que, mediante una multisectorial cívico
militar, se desbarataran los intentos de golpe de Estado. Nada de ello sucedió.
Es importante tener en cuenta la declaración del día después del golpe militar: "Ayer, 24 de marzo, las fuerzas armadas depusieron a la Presidente María Estela Martinez remplazándola por una Junta Militar integrada por los comandantes de las tres armas. No fue un suceso inesperado. La situación había llegado a un límite extremo `que agravia a la nación y compromete su futuro´ (…) En vísperas de los dramáticos sucesos del 24, bandas fascistas impunes asolaron con sus crímenes el país. La muerte rondaba calles y caminos, fábricas, universidades, hospitales; penetraba en la intimidad de los hogares. Nunca se había visto en nuestro país nada tan cruel (…) El Partido Comunista está convencido de que no ha sido el golpe del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad.

Estamos ante el caso de juzgar los hechos como ellos son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y promesas.

La propuesta de gobierno cívico militar y la caracterización de que existía una corriente
democrática en las Fuerzas Armadas con capacidad para encabezar el proceso político, será
sostenida hasta fines de 1982. En términos generales, no se encontrarán declaraciones
claramente opositoras que en esos seis años permitan situar al PC en el campo de las
organizaciones que resistieron a la dictadura.

Sin embargo, en el transcurso de ese período, el PC sufrió decenas de desapariciones a las
que respondió con una tenaz actividad en el marco de la Liga por los Derechos del Hombre
y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Cientos de militantes se involucraron riesgosamente en dichas actividades, como en 1975 lo habían hecho recorriendo cuarteles, e incluso como conscriptos, tratando de incidir sobre el humor de las Fuerzas Armadas diseminando volantes o estableciendo discusiones.
Pero 1976 -y los años posteriores- no fueron 1975, y para muchos comenzó a ser evidente
que las tensiones internas a las Fuerzas Armadas no se traducían en diferencias de trato
hacia los militantes y activistas políticos. No hubo oposiciones y fraccionamientos internos
en aquel momento, pero el malestar y la incomodidad se manifestarían con posterioridad.
En octubre de 1982, en uno de los primeros actos que la distensión política posterior a la
derrota de Malvinas había permitido, Patricio Echegaray, entonces recientemente elegido
Secretario General de la Federación Juvenil Comunista, fue silbado por la multitud cuando
aún entonces levantó la consigna de confluencia con sectores democráticos de las Fuerzas
Armadas. Esa fue la última vez.

A diferencia de la mayoría de la izquierda, que desde 1955 comenzaba a cuestionar la
posibilidad de colocar a sectores militares detrás de los intereses del pueblo, el PC se
empeñaba en contrarrestar las influencias de la Doctrina de Seguridad Nacional con
planteos antiimperialistas y en defensa de la soberanía nacional. Detrás de estos planteos
puede apreciarse la influencia del escenario de la guerra fría y de la disputa entre el bloque
capitalista y el bloque soviético del cual el PC argentino se sentía servidor.
De este modo, el imaginario de convergencia entre militares y civiles en función de estos
objetivos, formaban parte constitutiva del programa del PC. Para conseguirlo, invertían
gran parte de su capital militante y político en capturar la atención tanto de oficiales y
suboficiales, como de los conscriptos que ocasionalmente podían desempeñar tareas de
orden externo e interno. Se repartían declaraciones, folletos e incluso libros dedicados al
análisis del tema militar y la intervención del partido, mostrando hasta qué punto el PC
consideraba importante y factible orientar a los sectores castrenses.
En la crítica coyuntura abierta tras la muerte del presidente Perón, el PC redobla sus
esfuerzos en este plano. Al grito de “¡soldados de la patria, no apunten contra el pueblo!”
cientos de militantes recorrieron cuarteles denunciando la proximidad de un golpe
“pinochetista” e instando a los soldados a oponerse desde adentro. Como hemos dicho, el
PC no confiaba en que las huelgas de trabajadores pudieran dar su propia solución a la
crisis del régimen social. Por esa razón proponía soluciones defensivas, intermedias: un
gabinete de gobierno de todos; de los peronistas, de los radicales, de los militares, de los
empresarios (progresistas). En este contexto, los militares “prescindentes” fueron
identificados como democráticos, aunque la denominada prescindencia sirvió a los
propósitos golpistas.
Pero si los comunistas contaban con informantes en varios niveles de las Fuerzas Armadas,
¿cómo pudo haber incurrido en semejante distorsión? ¿Acaso pudieron haber resultado
víctimas de una operación de contrainteligencia? ¿Es posible que su estimación sobre su
propio desarrollo en las Fuerzas Armadas fuera irreal? ¿Qué ocurrió con sus oficiales bajo
la dictadura militar? ¿Por qué razón bajo el régimen militar continuó sosteniendo la misma
propuesta? ¿Acaso fue el temor a la represión indiscriminada sobre la organización lo que
los llevó a tomar una actitud de no enfrentamiento? Como se planteó al comienzo de este
trabajo, la respuesta a estos interrogantes podría ayudar a  construir la trama de las
relaciones civiles con el régimen militar. Poco se ha estudiado el papel de los partidos
políticos en este periodo, ya sea en el plano de las decisiones que abrieron la puerta al
golpe, como en su sostenimiento posterior. De igual manera, tampoco fue examinada con
sistematicidad la intervención de los partidos de izquierda en los espacios de denuncia,
oposición y resistencia.
Es de desear que lo hacho hasta aquí para la mejor comprensión de algunas circunstancias de nuestra historia y algunos de sus participantes.

Bibliografía
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